El día 1 de enero hay dos costumbres que casi todos los mortales repetimos: ver una buena peli en el sofá con mantita y hacer una lista mental de nuevos propósitos para el año que comienza. Debe ser que el nuevo año promete, porque en esta ocasión una cosa me ha llevado a la otra y tengo más claro que nunca mi objetivo de año nuevo: Don ́t be Marmota! (no ser marmota). ¿Quién me iba a decir que el mejor propósito que he tenido nunca me lo iba a inspirar una taquillera película de Hollywood?
Pongámonos en situación. Imagina que se repitiera una y otra vez el mismo día. Que un día y otro y otro, despertaras en la misma cama vacía, con las mismas noticias en la radio. Imagina que en ese día repetitivo vas a desayunar al mismo sitio, sorteando con desgana las mismas preguntas de la camarera. Que andas por la calle esquivando conversaciones de personas que para ti son poco más que farolas. Que tropiezas día tras día con el mismo bordillo y metes el pie en el mismo charco. Imagina que vas a tu trabajo de siempre, a repetir la misma actividad que el día anterior y a tener las mismas conversaciones con los mismos compañeros. Imagina ese mismo día, repetido una y otra vez.
Una y otra vez ¿Pensabas que estábamos hablando de la vida real o de una historia de ficción? Y es justo esta pregunta, que surge mientras tengo la vista fija en el televisor, cuando de repente lo descubres: estás viviendo como una Marmota.
Es frecuente encontrar películas que comienzan con la advertencia “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Lo extraño es que no adviertan cuando es justo lo contrario y “cualquier atisbo de ficción, es pura realidad”, tal y como ocurre con la comedia de los años 90 Atrapado en el tiempo. Una fábula audiovisual sobre el sentido de la existencia humana, que se presenta como una comedia tontorrona y que puede acabar removiendo tu zona de confort.
Para quienes no la hayan visto (aviso, tsunami de spoilers) el protagonista de la peli Phil Connor (Bill Murray), es un egocéntrico reportero que desembarca en un pueblecillo para retransmitir el gran evento anual local: el día en que una marmota (también llamada Phil) pronostica si el invierno va a ser largo o no. Por alguna suerte de maldición, el periodista se ve atrapado en el mismo día, que se repite miles de veces.
La primera reacción de Connor al percatarse de que puede vivir sin consecuencias, es regodearse en los placeres más primarios para vivir cada día una experiencia diferente. Emborracharse, conducir ebrio por las vías del tren, ligarse a una atractiva joven, burlarse de la policía, robar un saco de dinero, comer sin límite.
Aunque los días se repiten sin consecuencias, estas acciones sí comienzan a tener su impacto en el reportero y lo hunden en la desesperación y el hastío, llevándolo a una etapa autodestructiva, en la que la vida no tiene sentido, ni merece la pena ser vivida. En esta fase se suicida tirándose por un acantilado, bañándose con una tostadora, poniéndose delante de un camión, saltando desde un campanario. Pero al día siguiente todo vuelve a ser lo mismo.
Es entonces cuando, por puro aburrimiento o porque no le queda más remedio que seguir viviendo, Connor comienza a observar su alrededor. A mirar el mundo con ojos nuevos. Comienza a prestar atención a las distintas situaciones que viven quienes se cruzan por su camino y descubre la bondad de cada uno de ellos. Comienza a llenar su tiempo con nuevas actividades, como tocar el piano o aprender francés, descubriendo la belleza de las cosas más mundanas.
Vivir en un eterno Día de la Marmota, como le ocurre al protagonista de Atrapado en el Tiempo, puede llegar a ser una práctica tan habitual y arraigada en nuestra vida que resulte sumamente difícil percatarnos de ello.
Vivir en la inercia (aliñada a veces en apatía o amargor) en la que somos capaces de completar con rapidez una extensa lista de las cosas de las que carecemos o de las cosas que nos disgustan de los demás, pero nos cuesta mucho más hacer una lista de qué podemos hacer por los demás, por qué cosas debemos sentirnos agradecidos o en qué podemos cambiar para hacer más felices a los que nos rodean.
Si complicado es advertir que vivimos en el Día de la Marmota, aun más complicado es acertar sobre qué medidas debemos tomar para salir de ese bucle en el que estamos inmersos. Suerte que en este punto, la película nos da también algunas pistas muy valiosas.
En una serie de secuencias tronchantes, la película ofrece una perspectiva, que muchas veces nos falta, de las consecuencias de nuestras decisiones. Como los actos que no son moralmente buenos no sólo dañan a los demás, sino que ensombrecen nuestra existencia. Mientras que aquellos en los que buscamos el bien general, por delante del nuestro, nos van haciendo crecer como persona y afrontar cada día como una ocasión excepcional de generar felicidad y ganar paz interior.
En definitiva, nos enfrenta a esa corriente que se está imponiendo que anula la trascendencia de la vida y nos relega a meros elementos de producción y de consumo. En el que el valor de “servir a los demás” está denostado. Cuando prima acumular experiencias, vivir al límite, evitar compromisos y la máxima comodidad. El yo. Lo mío. Y nos han convencido de que podemos reinventarnos mil veces. Corrientes que ocultan siempre el desengaño al descubrir que lo que se siembra se recoge y que las puertas de la felicidad se abren siempre hacia fuera.
Nos hemos convertido en auténticas marmotas olvidando la relevancia de cada ser humano . De tu vida. De mi vida ¿en cuántas ocasiones hemos perdido la noción de la trascendencia que tiene nuestra vida? ¿de la oportunidad que supone cada día que suena el despertador? ¿de los grandes cambios que podemos conseguir con pequeños gestos? ¿de la felicidad que podemos provocar con pequeños esfuerzos?
Y la película llega a su fin. Nuestro protagonista consigue el día perfecto, en el que desde que sale el sol no para de hacer cosas por los demás, sin buscar que se enaltezca su ego, simplemente porque sabe que haciendo feliz a los demás, uno es más feliz. Y en ese día diferente que comienza, no ya un día repetitivo, la primera frase que sale de su boca y dirige a su nuevo amor es “¿hay algo que pueda hacer por ti?”.
Y yo me respondo para dentro mientras aparecen los títulos de crédito: “ Ya lo has hecho Phil, ya no quiero ser Marmota”.
Marta Rus Palacios
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