Queridos lectores, hoy os vamos a hablar de que pasa cuando nuestros niveles de exigencia como padres sobrepasan las capacidades de nuestros hijos, y de cómo a veces nuestras expectativas como padres, pueden truncar la vida de un niño y ocasionar que no sea feliz. Y es que aunque no caer en esto parece algo muy fácil, cada día me encuentro en consulta más padres con distorsiones cognitivas con respecto a las capacidades de sus hijos, que les llevan a sentirse frustrados, cuando sus hijos no cumplen lo que ellos esperaban que hicieran.
Casi la mayoría de los padres queremos que nuestros hijos estudien, sean felices, sean guapos, inteligentes, lideres, buenos etc….sin embargo esto muchas veces no ocurre, y lo paradójico es que es fundamental que no ocurra, ya que si todo es perfecto, nuestros hijos no van a saber lo que significa caerse y tener que levantarse.
Cuando hablamos de esto, nos referimos a aquellos niños y niñas que a veces pueden ser diferentes, con dificultades o problemas de capacidades, o niños que muestran características de personalidad que van a hacer que su crianza sea más dificultosa. Y es que los que nos dedicamos a la salud mental, vemos a menudo lo perjudicial que puede resultar para el desarrollo de un niño, que sus padres tengan una expectativas inadecuadas sobre él, ya que en ese caso, suele estar en juego nada menos que su autoestima, y también su estabilidad emocional.
La relación padres-hijos se va construyendo día a día, en un proceso de interacción constante entre ambos, en el que lógicamente la relación de fuerzas no es igual. Son los padres los que, por su madurez y responsabilidad, deben asumir que no pueden tener criterios inamovibles sobre lo que su hijo debe llegar a ser o hacer y debemos ser los padres los que nos adaptemos a las características y circunstancias de nuestros hij@s y no al revés; que los hij@s se adapten a nuestras expectativas.
Sé que puede ser muy frustrante tener que aceptar que a lo mejor el hijo de un gran deportista, o músico, o empresario, no va a seguir los pasos de sus progenitores. Porque quizás no esté bien dotado para ello, o incluso «peor», porque sencillamente no quiere. Igualmente también veo muchos padres que en su justificación de pensar que están haciendo las cosas bien, pretenden dar a sus hijos las oportunidades que ellos no tuvieron, por lo que no conciben que éstos las desaprovechan, sintiéndose como digo, enormemente frustrados.
La cosa muchas veces se complican cuando llegan a la adolescencia, época de cambios casi por definición, donde a veces vemos que los niños que hasta entonces habían seguido sin rechistar las consignas que sus padres les habían ido marcando, pueden sorprendernos con un cambio drástico de rumbo. Así, el estudiante disciplinado y voluntarioso, sobre el que teníamos grandes expectativas para una carrera brillante, de pronto se muestra irresponsable y pasota, o se planta con que no quiere seguir estudiando. En esas circunstancias es muy comprensible que los padres se sientan mal, teniendo que aceptar que a pesar de poner todo de su parte para que su hijo alcanzara determinados objetivos, éstos nunca se van se van a llegar a cumplir.
Pero un padre nunca debe permitir que esa frustración deteriore la calidad de la relación con su hijo, porque en gran parte está en su mano que llegue a ser una buena persona, feliz y segura de sí misma. Y al fin y al cabo, esto es lo único realmente importante.
Es por ello que debemos tener mucho cuidado con los comentarios que a veces le hacemos a nuestros hijos y los valores que le transmitimos, pues corremos el riesgo de que nuestro hijo se derrumbe, se desmotive, e incluso por la presión ejercida, pueda debutar con trastornos mentales como problemas de conducta alimentaria, obsesiones etc…
Esperamos que estos consejos os sean de utilidad, y no dudéis en contactar con un especialista si no sois capaces de gestionar bien esas expectativas, o sospecháis que puede estar influyendo alguna otra causa que impide su realización.
Fdo. Pilar Muñoz Alarcón.
Psicóloga, especialista en Psicología Infantil.
Sobre la autora:
Pilar Muñoz Alarcón.
Psicóloga General Sanitaria.
Máster Psicología Clínica Infanto/ Juvenil por la AEPC.
Máster sobre intervención ABA en Autismo y otros trastornos del Desarrollo por la BACB (Behavior Analyst Certification Board).
Tutora de prácticum de grado y máster de las facultades de Psicología de Sevilla, UNED y UNIR.
Coordinadora del grupo de Trabajo de Atención Temprana del Colegio Oficial de Psicólogos de Andalucía Occidental (COPAO).
Directora del Centro de Psicología Infantil ÁBACO.